de Hans Christian Andersen
Había una vez un príncipe que quería casarse. Pero no con cualquiera, no. Quería casarse con una auténtica princesa que le ayudara a gobernar su reino. Así que viajó por todo el mundo en su búsqueda y encontró muchas princesas: gordas, flacas, altas, bajas, feas, guapas, listas, tontas… Pero siempre que hablaba con ellas, algo en su interior le decía que aquella no era una auténtica princesa. Así que volvió a casa preocupado porque la princesa con la que él soñaba no aparecía.
Una noche, en la que se había desatado una terrible tormenta, llamaron a la puerta del castillo. El rey en persona bajó a abrir.
-¿Quién llama?- preguntó.
-Soy una princesa, abridme por favor.
El rey abrió la puerta y se encontró delante de una joven que, menos una princesa, parecía cualquier cosa. El agua chorreaba por su cabellos, el vestido, todo mojado, se le pegaba sobre el cuerpo y el agua desbordaba de sus zapatos como de un vaso demasiado lleno.
El rey la dejó pasar y mientras se secaba delante de la chimenea, la reina le preparó una habitación.
-Dice que es una princesa, una auténtica princesa. Pero ya lo veremos- se dijo la reina.
Y para probarlo quitó toda la ropa de cama de la cama, incluso quitó el colchón, y sobre el somier de tablas colocó un guisante. Luego puso encima todos los colchones que pudo arrastrar (no sé si fueron cuatro o seis porque no me acuerdo bien).
A la mañana siguiente, cuando la princesa se levantó, tenía mala cara.
-¿Qué os pasa, princesa? Tenéis mal aspecto– le preguntó el príncipe.
-Apenas he podido descansar. Había algo en mi cama que me molestaba y no me ha dejado pegar ojo. Pero no hay mal que por bien no venga. He aprovechado para pensar y pensando, pensando, se me ha ocurrido cómo resolver dos graves problemas que hay en el reino de mi padre: que la gente no enferme al beber agua de la fuente que hay en la plaza y que los niños puedan ir en bicicleta sin miedo a que les atropelle un coche.
-Y ¿cómo lo harás?- le preguntó el príncipe muy interesado en lo que decía.
-Muy fácil. Controlando que la fuente y las aguas que allí llegan estén siempre limpias y creando un camino solo para las bicis.
El príncipe, al oír esas palabras, se dio cuenta de que, por primera vez, delante de él tenía a una auténtica princesa, con inteligencia y corazón.
Le pidió que se casara con él y, a la muerte del rey, gobernaron el país con tanta justicia que todavía hoy se les recuerda.
(Versión de T. B.)
Ay¡ Nunca había leído el cuento, pero esta versión y el dibujo me encantan.
Yo creo que el dibujante tiene mucho talento.
Besitos y gracias por harme sonreir
El dibujo, por si no lo sabías, es de mi sobrino, un dibujante de primera.
Pues a seguirle la pista a este artista.
Por favor contrátale como dibujante para próximos cuentos.
Gracias por todo
Parecía que hasta los cuentos habían desaparecido en esta era tecnológica, así que gracias por hacerme recordar y sonreir con este.
Gracias, pienso ir incluyendo más cuentos.